Las nuevas actividades de producción
supusieron también nuevas formas de interrelación entre los individuos de
una comunidad y entre diferentes comunidades: había que preparar los campos, sembrar,
cosechar, lo que obligaba a un mayor grado de cooperación. Además, había que defender el territorio cosechado.
La sedentarización también implicaba
el establecimiento de un nuevo orden y la gestión de los recursos alimentarios
inmediatos, así como la de un posible excedente. Por todo ello, algunos
investigadores relacionan la aparición de la agricultura con la de las primeras
desigualdades sociales.
El distinto acceso a la disponibilidad de los
recursos producidos que se daría entre los individuos de una comunidad llevaría
a dichas desigualdades y, a su vez, a tensiones internas entre las diferentes
capas sociales.
Estas desigualdades se reflejarían en la
monumentalidad de algunos enterramientos en las necrópolis a partir de este
momento, o en la presencia, en los ajuares funerarios, de elementos no
funcionales que podrían explicarse como bienes de prestigio (no hay que olvidar
el valor simbólico, mágico o semiótico que éstos puedan tener).
Otra característica del comportamiento de las sociedades neolíticas es la
institucionalización, o generalización, de la guerra, entendida como los
conflictos que se suscitan entre dos comunidades diferentes. Ciertamente, la
violencia intergrupal existiría antes del neolítico, como existe en muchas
otras especies animales afines a los humanos. Pero lo cierto es que la
agricultura supuso una percepción más territorialista de las áreas de
cosecha, cuyo saqueo y violación de las fronteras generarían
estos conflictos.
Es frecuente, a partir de este momento, encontrar individuos
en las necrópolis con evidentes signos de lucha, como por ejemplo puntas de
flecha clavadas en determinados puntos del esqueleto. Algunas manifestaciones
artísticas también nos remiten a estos conflictos bélicos.
combate de arqueros. Morella (Castellón) |
La convivencia con el ciclo agrario supuso el
cambio de la percepción del tiempo y de la vida. Algunos historiadores de las
religiones hablan de la generalización, a partir de este momento, del
“optimismo soteriológico” (optimismo de salvación). Cuando la simiente, muerta,
es enterrada y entra en contacto con la Tierra, ésta vuelve a la vida en forma
de nueva planta la temporada siguiente. Por lo tanto, del mismo modo los seres
vivos mueren y resucitan tras ser puestos en contacto con la fertilidad que da
la Tierra.
Es en este punto de la evolución mental de los seres humanos cuando
la Tierra de diviniza, en forma de mujer, de madre, de un ser femenino que
conoce el secreto de la vida, de la fertilidad. La figura de la Diosa Madre,
como divinidad principal, se acompaña de un elemento masculino, en el caso del
Próximo Oriente, encarnado en la figura del toro, formando, entre ambos, el
sistema religioso de estos grupos.
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